domingo, 18 de marzo de 2012

A tomar viento fresco


Hay veces que dan ganas de mandar a las cosas a tomar por culo. Estoy harta de muchos temas, y hay bastantes aspectos de mi vida que me gustaría hacer desaparecer. Llevo cuatro años en la maldita carrera, saco buenas notas, no suspendo nada aunque tampoco actúe de manera brillante. No me interesa. Simplemente siento que me arrastro sobre el suelo como un gusano, esforzándose un poco pero no demasiado. Pensándolo fríamente debería esforzarme más, pero después llega el momento y me da pereza.

Siempre he sacado matrículas de honor cuando una asignatura me ha gustado. La verdad es que me enorgullezco de ello, porque tampoco es que para obtenerlas me mate. Simplemente me interesa, y atiendo, y pregunto, y participo. Sin quererlo los profesores me cogen cariño, aunque yo me aparto y me muestro despistada, no me gustaría obtener mayor puntuación por ello. Quiero obtener justicia. Y cuando acaba la asignatura, cuando las notas ya están dadas y metidas en un archivador gris, es cuando les confieso que me apasiona su asignatura y que me gustaría continuarla (si se pudiera, porque no se puede) al siguiente y al siguiente, y en todos los años de la carrera. Que me encanta su manera de dar la clase y que si lo veo por la calle alguna vez me llevaré una alegría. Ahí sí me atrevo a hablar con total franqueza. Soy idiota.

Tengo compañeras que se pasan EL PUTO DÍA subiendo al despacho de los profesores a hacerles la pelota. A contarles mierda y mentiras para que se queden con sus caras, a llorarles porque van súper agobiadas (patrañas), a hablarles mal del resto de compañeros para ellas destacar. Qué asco me producen. Y obtienen puntuaciones altísimas aunque tengan menos luces que un tití retrasado. Porque esa es otra, tendrán memoria de papagayo, pero no saben lo que significa lo que están diciendo. Son histéricas. Son malas en los trabajos de clase porque no saben pensar. Los jefes de prácticas no las quieren porque no saben escribir, porque no valen para el trabajo. Y me da tanta rabia que ellas, por estar persiguiendo por los pasillos TODOS LOS DÍAS, en TODOS LOS DESCANSOS, a TODOS LOS PROFESORES destaquen positivamente. Me parece una injusticia.

Porque si se dedicaran a hacer la pelota, pues me la pelaría y muy bien por ellas si pueden. Pero que se pongan a criticar al resto de la clase porque son "vagos, ineptos, no se merecen aprobar y nosotras nos esforzamos tanto y podemos suspender, estamos tan preocupadas, no dormimos, no comemos, su asignatura me parece muy compleja y me interesa tantísimo" (etc)... me parece deleznable. No tienen vocabulario, ni cerebro, ni leen, ni hablan de otra cosa que no sean estupideces de adolescentes. Porque esa es otra, son aburridas y cansinas, inmaduras. Y no me mola criticar ni hablar mal de nadie con los demás, pero hoy estoy hasta el ojete de ellas.

Soy consciente de que no estoy manteniendo demasiado buen nivel literario en este pequeño blog. Que no me esfuerzo demasiado en las entradas porque muchas veces no tengo tiempo ni ganas de hacerlo, pero me gusta escribir bien. Quisiera ser escritora y ganarme la vida con ello. Sé que valgo para esto y para mucho más.

Estoy hasta el moño de periodismo. De verdad. Harta de unos profesores que ni se preocupan ni les va ni les viene. Que pasan de prepararse las clases, que pasan de leerse los trabajos y te ponen una nota al mirar tu nombre. Harta de un decano gilipollas con ínfulas de superioridad, y harta de compañeras con las que no se puede hablar de nada. Cansada de que en vez de una clase parezca un pase de modelos. Y de las broncas por cualquier idiotez, y de la división que hay entre la gente de clase. Bah.

Y soy consciente de que no me interesa ninguna asignatura troncal, y así voy: una más del montón, feliz en mi mediocridad. Lo triste es que me la suda. Porque no me importa una mierda. No quiero ser periodista, solo quiero mi título y trabajar de cualquier cosa mientras estudio Bellas Artes, mi verdadera vocación, y escribo. Maldita la hora en la que me convencieron de no entrar en lo que realmente deseaba, porque el periodismo está igual, y además estudio a disgusto... de 5 en 5 o de 7 en 7, cuando en todas las asignaturas de artes que he dado he sacado un 10 redondo. Algún día haré una entrada más estructurada para hablar de la universidad y mis compañeras de clase, y de los fallos que veo, y del morro que tiene la gente. Pero hoy no, porque solo quería desahogarme un pelín.

Me jode porque sé que soy más inteligente que estas pavas que sacan sobresalientes a base de matarse a codos, porque si me pusiera yo como ellas sacaría todo matrículas. Pero no lo voy a hacer. Soy una dejada, pero es que estoy hasta la polla.  Y aún me queda otro año. Señor, dame fuerzas.

sábado, 17 de marzo de 2012

Otoño. Verano.


Eres un completo otoño: ojos castaños, oscuros, brillantes. Destilan dulzura, ¿sabes? Es sorprendente. La destilan igual que un caballo destila sudor tras una larga carrera, y eso me rompe los esquemas, los prejuicios aprendidos. Y me gusta tu pelo de color tierra, liso, o quizá ondulado, recogido en una cola baja, que le da a tu cara una forma redondeada, y tus mejillas parecen blanditas. Tienes la quijada repleta de cortos pelitos marrones. Y la piel se adivina suave bajo ellos. Otoño, todo tú, contrastando conmigo. Que aún apesto a hierba fresca, a césped, a niñez, y soy dorada y verde como el verano. 


Y adivino que a veces me miras de reojo mientras observo el televisor, recitando palabras y explicando tramas, y señalando personajes, perdida en mundos imaginarios que no conoces pero por los que te interesas con ojos ávidos. Me sonríes, preguntas dudas, te las contesto con pasión pues estoy hablando de algo que me llena. Y adivino que te gusta taparme los pequeños pies con tu manta calentita, y que no me dispensas más mimos porque aún no sabes cómo voy a reaccionar. Que no te acercas más en el sofá porque no quieres intimidarme, y yo no fuerzo, solo se rozan nuestros antebrazos, tímidos. Porque soy trece años más joven, y no quieres espantarme. Ante todo eres un caballero, y como tal actúas, despacito, sonriendo, como domando un gato callejero que puede huir si te mueves demasiado bruscamente. Y no sé si tú sabes que yo sé todo esto, pero no me importa porque sabes que me estoy dejando domesticar. Poquito a poco, ganándote mi confianza.

Me preguntas qué quiero para cenar, y has comprado hamburguesas con vegetales, y hay rape en caldo, y fríes maíz en la sartén mientras me hablas de Metallica o de Gamma Ray, y de los inicios de tu grupo, y de la importancia de la batería y el bajo. Me dejo instruir por tus palabras, tengo sed de conocimientos. Me cuentas qué hay detrás de la letra de una canción que escribiste para vuestro último disco. Me gusta escucharte, igual que me gusta tu estantería repleta de libros sobre ciencias, sobre plantas, historia, o educación. Me provoca el mismo sentimiento de fascinación de cuando era una niña de menos de 10 y entraba a hurtadillas en el despacho de mi tío a leer enciclopedias de biología, escondida bajo la mesa. Me recuerdas a él, y sonrío al ver tus DVDs de documentales, y te explico que a mí me apasionan, y me miras con ojos brillantes y una sonrisa de niño feliz. Y no entiendo cómo sigue allí porque tienes trece años más que yo, porque yo imagino que aquellos más adultos son depredadores hambrientos, peligrosos, y entonces vuelvo a encerrarme en el caparazón, con miedo a salir. Sigo poniendo la mesa mientras tú calientas el pan, escuchando tus palabras que llegan desde la cocina, despreocupado y simpático, paciente, sin ningún gesto que deje ver que intentas acercarte más que un simple amigo. Me desconciertas, rompes las defensas de forma natural. De forma perfecta.

Cenamos sin dejar de hablar. Brindamos con vino. Me cuentas tu viaje en caravana con tus dos mejores amigos, tu estancia en latinoamérica, cosas de tu familia, de tus sobrinos. Tienes muchos hermanos y yo no tengo ni uno. Hablo, escuchas, ríes mis chistes. Me pides que te ayude a ponerte el maíz en el tenedor, y yo, nerviosa, soy torpe y no sé cómo. Nos reímos otra vez, y yo me siento azorada porque no me gusta equivocarme ni dar la imagen de ser estúpida. Porque no lo soy, y cuando me equivoco me siento inferior e indigna. Una herida supurante aún sin curar, de la que no te hablaré hasta dentro de muuucho tiempo. Sacudo la cabeza sonriendo y me pasas el pan, mientras me cuentas alguna otra cosa. Se me olvida mi torpeza, y de nuevo estoy tranquila y contenta. Bebemos.

Me gusta jugar en mi terreno, y dominar la situación en todo momento, ser el macho alfa, poner mis normas y mis límites. Pero ahora no lo soy, siento que eres mi superior, y me da la impresión de que camino sobre hielo quebradizo... aunque la verdad es que me haces sentir muy cómoda y tranquila. Es más, se me olvida que la situación podría ser peliaguda, haces que confíe. Eso me tranquiliza. No me suelo fiar jamás al 100% de los tíos, me da la sensación de que en cuanto me descuide me pondrán la mano en una teta y tendré que ponerlo en su sitio. Limitarlos, contenerlos, defender mi territorio. Pero contigo eso no me pasa, tu mirada me transmitió buenas vibraciones desde que te vi por primera vez y acepté encantada cenar croquetas con vosotros sabiendo que todo iría bien de antemano. Tienes algo que mola, es como tranquilidad y bondad en los ojos, y la sonrisa franca. Intuyo lealtad y honor. No suelo equivocarme.

Si no fuera por eso, ni siquiera hubiera aceptado quedar contigo hará semanas para tomar algo. No me habría fiado ni un pelo. Pero puedo ver en el interior de las personas a través de los ojos como si me asomara por una ventana. Y me gusta lo que veo en la tuya.

Me enseñas una foto de cuando tenías mi edad, eras guapísimo. Sigues siendo guapo, pero me hubiera gustado conocerte con 22. Claro, que entonces yo tenía 9 años. Dios mío. La diferencia es abismal al pensarlo. Me entra vértigo.

Cuando se hace tarde me dices que no me preocupe, que me llevas a casa. El otro día sucedió algo así como...
   - ¡Te acuerdas del camino!
   - Quería sorprenderte- y se echó a reír. Ese comentario podría haberme puesto alerta si fueras cualquier otra persona, pero estaba tranquila y me reí con ganas. Cómoda.

Cuando para el coche me quieres dar explicaciones de un par de cosillas, porque has tenido que ausentarte un momento cuando estaba yo en  tu casa. Sonrío, te digo con total sinceridad que no te preocupes, que no me ha molestado. Soy así, no me importan las cosas que no se hacen de mala fe, y comprendo que hay asuntos personales que pueden requerir su tiempo, que es lo más normal del mundo.

Sonríes, sigues explicando para que yo no me haga una idea equivocada ni extraña. Pero no lo necesito, pues tus ojos me dicen que me estás contando la verdad. Suspiras. Parece que estás acostumbrado a tratar con personas desconfiadas que necesitan mil excusas por cada movimiento, y te dejo hacer si es lo que te tranquiliza. Cuéntame. Y acabas, y nos quedamos mirando, y te digo que muchas gracias por todo, que he estado muy a gusto... y tú me sonríes y me dices "sí, yo también"...

... y de repente nos estamos besando.

Y fue un beso cálido y paciente, de esos tranquilos, de sorber despacito los labios, con dulzura. Y siento tu lengua acariciando la mía, y tus pelitos de la barba frotando mi cara. Me acaricias la cara tranquilamente, y yo tu cuello. No sé cuánto tiempo estamos así. Sin sentirme cohibida ni violentada. Extraño en mí, me siento bien. Solo es un beso...

Y cuando nos separamos, apoyas tu frente en la mía y me sonríes. Sigues teniendo la sonrisa de un niño, y la verdad es que se me olvidan los años que nos llevamos, y que podrías ser un feroz depredador, y todas esas cosas que te meten en la cabeza entre unos y otros. Me acaricias las mejillas. Y frotas tu nariz contra la mía, en un gesto que creía exclusivamente mío. Sonrío y te beso yo esta vez.

Y antes de despedirnos, antes de salir del coche, te deseo que lo pases muy bien en tu viaje (que vas a hacer estas fallas) y  te doy un besito fugaz en la mejilla. Quizá sea muy cándida y muy inocente. Como te digo, apesto a verano. Pero me sonríes y me dices adiós con la mano, feliz. Y esperas a que entre en mi casa antes de arrancar el coche. Eres un caballero. Ya veremos lo que depara el tiempo.

Me gustan tus ojos marrones de otoño.


El día 12, mi cumpleaños, fue la única persona que me regaló algo. Sin haberle recordado la fecha, simplemente la nombré hará unas semanas, de pasada. Ni siquiera mis padres lo hicieron, y mi propia madre suele olvidarse. No es peraba que se acordaras, ni siquiera vi venir que recordara que mi cumpleaños era este mes. De hecho no dije nada cuando nos vimos, no quería que fuera un día señalado, solo quería que fuera un día normal, uno más. Fue una sorpresa enorme. ¡Qué detallista! Vaya... y encima el libro que más le ha gustado en su vida...

domingo, 4 de marzo de 2012

¿Qué es para tí...?



Mucha gente me pregunta por qué me gusta la música heavy. Creen que no encajo con su imagen prediseñada de lo que debería ser un heavy. Que piden que les dibujen a una persona escuchando metal y "jamás dibujarían a una tía rubia, de cara angelical y sonriente cuyo color favorito es el verde". Dicen que es mucho ruido, mucha tralla, que es difícil de escuchar...

PATRAÑAS.

Desde luego no lo he pensado demasiado, sólo creo que es algo que se lleva dentro, muy dentro, en el corazón. Quizá nací con estos gustos, o fueron agentes externos de opresión, de miedo, de desesperanza, los que me hicieron un día escuchar una guitarra o un grito agudo, y despertar en mí el coraje necesario para rebelarme, para quererme, para aprender a escuchar. A lo mejor estoy equivocada, pero lo sentí así. Yo no he tenido amigos heavys ni he compartido música con nadie. No he tenido un grupo de colegas que me aconsejaran qué escuchar. Sé que un día, por casualidad, descubrí Manowar. Y no he podido alejarme del Powermetal desde entonces.

El heavy metal, para mí, es un sinónimo de libertad, de fuerza, rebeldía utópica. Es amor puro por el sonido, por la vida que me han dado, por el latir de un corazón. Es la búsqueda del sentido de mi propia existencia guiándome por mi propio código, es la Verdad expuesta a lo bruto. Es el sonido que me hace sentir valiente cuando tengo miedo, es volver atrás en el tiempo a una era donde los ideales podían cumplirse, donde seguía vivo el Honor. Es huir hacia adelante, disfrutar del camino, transformarse en un caballo que galopa. Es sentir esa hermandad con quienes vistieron el negro, es sonreír con lágrimas en los ojos ante un solo de guitarra, es sentirse protegido por un sentimiento común de pasión, de amor ígneo, duro, metálico. Es sentirme poderosa gracias a una batería. Es creer en una misma, en valores que han perecido. Es saberse segura en un mundo lleno de horror, es alzar al cielo una espada y desafiar a un dios que intenta aplastarme.

Puede que esto que acabo de escribir sean gilipolleces sin sentido. Posiblemente dentro de unos días lo releeré y sentiré vergüenza por exponerme de este modo. Pero yo lo siento así, siento cómo este poderoso sonido me llena de fuego y de pasión. De compasión también. De pureza, de transigencia, de tranquilidad. Me siento acompañada y fuerte, y tengo la certeza de que hay alguien más ahí fuera que siente lo mismo que yo cuando creo que estoy sola y expuesta al dolor. Me llena de coraje para afrontar lo que llegue.

Puede que sea una estupidez, puede que cualquiera encuentre esto mismo con cualquier otro estilo de música. A mí no me importa, no tengo la necesidad de juzgar a nadie ni de que me juzguen. Yo disfruto bailando Shakira con las amigas, muevo los brazos como una poseída cuando ponen música house, me río cantando Lady Gaga, y escucho Lilly Allen cuando me da la vena, no me cierro en oír solo un estilo.

Pero mi alma siempre va a responder a la llemada de una guitarra poderosa, una batería contundente, una voz desgarrada que cante sobre la libertad, el sexo, el amor, el sufrimiento del mundo. Si me hablan de lo épico, lo perdido, lo olvidado. Y se me caen las lágrimas, y me dan ganas de levantar la mano sacando cuernos. Y sonrío.




Cosas que me hace sentir la música. Y tal.

viernes, 2 de marzo de 2012

Gentes que agobian

Tengo una amiga que está pasando por un momento un tanto chungo. Bueno, yo qué sé si es chungo o si es normal, el caso es que yo sé que estos rollos no los quiero en mi vida.

Amiga está saliendo con Chaval desde hace casi dos años. Dos años en los que yo siempre la he visto medio-cabreada porque no se siente valorada, porque él se olvida de quedar con ella, porque el sexo está "bueno, bien". Amiga es la típica chica que todo lo tiene que decir en el momento, que se histeriza, que monta pollos por la mínima, que dice ser exigente pero luego pega un chillido y todo sigue igual. Según mi punto de vista (y conozco a Chaval un poquito), él la quiere pero es aún un niño, y no puede ni quiere lidiar con una persona que le exige demasiado. Un niño que no sabe comportarse ni poner en la balanza lo que más le importa, ni sabe valorar lo que tiene hasta que es tarde.

Amiga se enfada y patalea. Y se mete con los amigos de Chaval porque le quitan tiempo y porque parece que no quieren que ella vaya con el grupo. Y ella, ahí, insistiendo en que la llamen. Insistiendo en proponer planes a los que el grupo del novio se niega a asistir. Y Chaval, en su inmensa sabiduría, queda 6 días con Grupo y 1 con Amiga. Ella lo riñe en plan mamá, se enfurruña, se gritan, se marean. Y luego como si nada, porque nada cambia, nada se soluciona... sólo crece el mal rollo. Vamos bien.

Yo me pongo en la piel de esta pareja y veo que, si fuera yo uno de ellos, no aguantaba. Sé que las relaciones conllevan satisfacción y alegría, pero también algo de frustración porque las personas no somos perfectas, cada uno tenemos nuestras cosas y nuestros errores. ¿Pero realmente merece la pena estar con alguien del que día tras día estamos echando pestes? ¿Realmente merece la pena estar con un chico que no te hace ni puto caso, y que cuando estás con él es como si no te viera? ¿Realmente merece la pena perder tiempo y paz en intentar cambiar su forma de ser, en lugar de buscar una solución más eficaz?

No sé si soy utópica, pero a mi una persona que está contínuamente echándome en cara mi forma de ser o mis decisiones me produce tanto rechazo como aquél que pasa de mi y me ningunea. Son dos polos opuestos que hielan de igual forma. No, no es mi ideal de pareja tener broncas día sí día también, igual que no lo es saber que el 98% del tiempo mi pareja va a preferir estar borracho con los amigos o fumando porros, o estampando coches (que de ésas ya han tenido una y él ha sobrevivido de milagro).

A mí me da pena porque, ¿cómo aconsejas a Amiga? "Tía, no funciona que le riñas, no eres su mamá. Simplemente, deja de proponerle cosas, si le interesa se dará cuenta de que algo no cuadra. Tú ya se lo has dicho suficiente. Sal por ahí, deja que él te busque y te eche de menos. Además si siempre estais con gritos y problemas la relación se tensa y aún necesitará más vías de escape, ¿entiendes? Sí, sé que es inmadura su reacción, pero quizá si actuaras de otra manera te darías cuenta de si le importas, de si realmente estaréis bien juntos... porque no vas a estar siempre forzando la situación, te agotarás". Algo así le he dicho, puede ser que más suave o balanceándome por las ramas.

Esa situación no mola. No mola nada y no la quiero para mi vida. Yo lo pasé así con Ameba, y le di un toque de atención, sutil, sin bronacs. Le di el segundo cuando me dijo algo así como que "ya hablaríamos cuando yo volviera de mi viaje de amigas". Chaval, me voy a Malta, donde la gente va a follar como descosida. ¿Cómo puedes ser TAN DEJADO de no hacerme ni una perdida, ni preguntar si he llegado bien? ¿Cómo puedes aguantar sin saber de mí, sin poner un puto mensaje de "pásalo bien"? ¿Cómo puedes tener la cara de que vuelva el día 8 y no llamar? Pues no. Yo lo avisé, él me conocía. Mi filosofía es: eres libre totalmente para obrar como quieras... pero yo también lo soy, y ante tus estímulos yo tendré mis reacciones.

Mi alto Código del Honor y la estupidez me impidió ligar estando con pareja. Si hubiera querido, hubiera montado la bacanal del siglo. Pero mi Código de la Dignidad me dijo que no, que ya estaba bien. Y lo dejé, con todo el dolor de mi corazón. Me perdió por dejadez, aun yo sabiendo que me quería. Pero no quiero ese amor. Encima en una relación a distancia, en la que es tan fácil sentirse solo y se debe dar más. No era la primera ni la segunda vez que esto pasaba... meses antes yo estaba pasando un momento muy muy duro a nivel personal y llegué a rogarle, a mendigar una llamada a "MI NOVIO" y él me contestó con un mensaje que bueno, que ya hablaríamos si eso. Cuando le conté lo que me ocurría, simplemente atajó con "bueno pues vete a dormir y mañana será otro día". No. Perdona.

Una relación conmigo es tranquila, no soy alborotadora, ni enfadica, ni pido grandes cosas. Me gusta pasarlo bien, ir a la naturaleza, a conciertos, y a la vez soy la más feliz quedándome viendo pelis bajo la mantita. No necesito que me inviten a ninguna parte, no necesito regalos, no los quiero. El regalo más importante es el Tiempo, es echar de menos, es demostrar amor de verdad, es confiar y dar alas al otro, no atarlo con unas cadenas. Una relación conmigo no será superficial, quiero conocerte y que me conozcas, con mis defectos y errores, y que luego decidas si me quieres con ellos. Una relación conmigo es libertad, respeto por el tiempo del otro, alegrarse por los triunfos de tu pareja y ofrecer un hombro en el que llorar si llegan momentos tristes. Una relación conmigo es como un juego: vas ganando y perdiendo vidas según los caminos que elijas, yo iré sorteando obstáculos para verte, para que seas feliz, intentarlo... hasta que el contador llega a cero, pierdes todos los corazones, y me decepciono. Game Over.

Las señales son claras, las reglas del juego ya están habladas. Puede que vaya a sufrir, pero no tolero ciertas cosas: una infidelidad, los gritos sin razón, las broncas, los celos insanos, la posesión del otro. Soy un espíritu libre y a la vez soy fiel. Busco un compañero de aventuras, no un amo.

He intentado aconsejarla, pero sé que mis palabras caen en saco roto. Estábamos hablándolo, y ella diciendo "sí, sí, intentaré ser más práctica". Entonces lo ha llamado para reñirle porque no ha ido a trabajar hoy por quedarse de fumadas. Ha criticado al amigo porque no lo ha llevado. Acto seguido le ha propuesto ir a comer, él se ha negado diciendo que ya había hecho planes con sus amigos. Ella ha gritado. Y yo he suspirado.

¡¡¿por qué, dioses?!! 

La estrella oscura

Desconocido, invisible, incierto.
Así te siento, espectro. Como sueños que tienes que nunca se cumplen, buscar la persona adecuada en un mundo gris. Saber que debe estar, en alguna parte del mundo, aquél que me complete. Pero no te encuentro. No te encuentro, ¿sabes? Es como ir a palpas en la noche, buscando la estrella correcta. Sirio. Reservarte para Sirio, trazar con líneas su rostro, inventar su toque y su lengua por las noches, sola, en mi cama. Abrazada a la triste almohada que ansía acogerte.
Más negro que la propia oscuridad.
El vacío que hay ahí, en el centro de todo, señalado por neones de ilusión, sueños y esperanzas... Estoy muy cansada, pero aunque tenga ganas de tirarme para siempre en la hierba a mirar el cielo estrellado, no puedo hacerlo. Nadie puede hacerlo. No es fácil conformarse con lo que a uno le llega cuando sabe que no es lo que el destino le ha marcado.Yo no quiero poseerte, ni que seas mío para siempre, ni que me jures eternidad y muerte porque ya me es difícil creer en esas cosas. Solo sé que si te encuentro, si nos encontramos... sé que no te irás ni yo querré abandonarte. No será preciso. Eres libre, somos libres, para encontrarnos.
Sé que existes aunque no te veo.
Me corroes. Tu imagen borrosa me tortura, me agobia, me atormenta y me acompleja. No te veo, no te reconozco, no sé quién coño eres. Pero estás. Y te busco en los ojos de la gente, en las sonrisas de los hombres, en las palabras que percibo, en las tiendas de discos, o en las convenciones de literatura. Incluso en la Fnac te he esperado sin éxito. Y ya no sé si me persigo a mí misma o a tí. Ya no sé si es mi ideal o la posible realidad. Si es algo que merezco, si es lo que estimo mejor.
La duda me va a matar. 
Me aterra esto, ¿sabes? Odio los cuentos de fantasmas, pero estoy viviendo uno. Dejarse arrastrar por la multitud con la cara inexpresiva. Dejar de sentir calor o frío, o miedo. Cuervos posados en los cables de la luz. Me miran, y no sé cuándo vendrán a por mí. Necesito que los mates antes de que me arranquen los ojos y quede ciega del todo, condenada a no ver nunca tu cara. En el desconocimiento y la locura. Perdiéndome. Para siempre. En la sombra de tu estrella.