jueves, 14 de junio de 2012

Petardos en mi vida: el Alcántara

Hacía ya tiempo que quería hablar un poquito de este personaje de mi vida. ¿Por qué le llamaremos "El Alcántara"? Pues porque era el hombre de pensamiento más rancio y primitivo con el que he salido jamás. Yo ahora no lo considero novio, no duramos ni dos meses (yo, que tengo más paciencia que Santa Teresa, aunque por aquí no lo demuestre mucho) porque acabé hasta los huevos de pasarme llorando casi todos los días.


Empezaremos por el principio de los tiempos, como le corresponde a un neanderthal recién salido de... no. Eso no. Empezaremos por el principio de los tiempos porque si no, os vais a pensar que soy muy lerda o muy retrasada para acabar liada con tal ente en peligro de extinción. Porque vaya tela, con el señor. Ya empiezo a desarrollar teorías acerca de cómo llegó a los tiempos actuales: quizá se perdió en un agujero negro, acabando en una familia actual de clase media que lo adoptó y jamás le contó su enigmática procedencia. Quizás es el espíritu de un misógeno moralista de la Edad Media que se reencarnó en un vigoroso muchacho. O posiblemente su madre le lavó el cerebro de niño con jabón lagarto y desde entonces pensó que toda mujer debía dedicarse a estar en casa frotando y frotando hasta que todo estuviera limpio cual patena. Aún me acuerdo de una vez que estaba fregando -y no soy ninguna guarra- y espetó que "si no friegas como mi madre me dará asco comer de tus platos, esto no va a ser así". Imaginaos mi cara... lo que os digo, un amor.

¡Uy, que me lío!



Vale, vale. Que me llaman los cerros de Úbeda.

Todo comenzó realmente cuando estaba en mi etapa final con Señor Ameba, verano de 2011. Yo era muy desgraciaíca, pobre de mí, porque me sentía muy sola, muy necia y muy desaprovechada con ése hombrecito que vivía a 349 kilómetros de mi ciudad y que solo se acordaba de mí cuando se sentaba en el ordenador y no quería jugar a sus videojuegos. Y que siempre estaba detrás de su mamá como en el cuento de mamá pato y sus patitos. En fin.

El caso es que mi amiga, viendo el panorama de desierto cuando le contaba las penas, me empezó a meter en la cabeza algo así como:

- Ay, Loba. No te pongas triste, que he estado pensando en que quizá conozco a un chico que te gusta. ¿Te acuerdas de un tal Alcántara que te quería presentar hace muchos años y no quisiste? Pues es de mis mejores amigos y... a ver, guapo guapo no es, pero creo que a ti te gustará. 
- Mira, no empecemos. Que me conoces, que sabes que yo no pondría los tochos a Señor Ameba jamás, aunque fuera una infeliz. 
- Nadie te pide eso mujer. Pero como estás pensando en dejarlo... quizá os llevarais bien. Cuando vuelvas del viaje te lo puedo presentar, en mi cumple.
- No me líes, no me líes. Que estoy muy necesi...
- Y no digas a nadie esto -me interrumpió, bajando la voz de tal modo que tuve que concentrarme casi en leerle los labios-, pero me han dicho que en la cama es como dios. Ahí lo dejo. 
- ¡Cállate!- yo, toda roja- ¡Que estoy pasando mucha hambre y me pones el pan delante de la boca! Y no, no pienso hacerlo. Pobre Señor Ameba. No, no y mil veces no. No lo voy a hacer. No vas a presentarme a nadie.
- Bueno, ya veremos. 


Ese mismo mes, sufrí el último desengaño amoroso por las tonterías del Señor Ameba, y me decidí a dejarlo. Yo llorando como una magdalena por pena que me daba y por rabia que sentía, y él también pero se lo había buscado. Podéis pensar "ah, claro, como tenía a otro..." pero no. No soy así y no necesito a otra persona para ser feliz, valoro bastante mi soledad. El caso es que dos semanas después llegó el cumple de mi amiga. Y allí estaba él.

Era un tío que podría pasar automáticamente a la lista de "ni de coña" de muchas damas, eso lo doy por seguro. Pero yo soy bastante rara, y me traen bastante al pairo las listas. Tenía el pelo negro azabache, ensortijado y largo hasta la cintura. Recogido en una coleta larguíiiiisima. Eso me gustaba, y mucho (sé que soy rara), le daba un toque animal que tenía su punto. Tenía los brazos fuertes y no era alto, pero era atlético, y tenía unos preciosos ojos negros con pestañas de escándalo. Y una boca muy carnosa, que a muchas les daría grimilla pero a mí me parecía placenteramente besable a simple vista. Me debió dar la señal de alarma que iba vestido de rapero (y mi anterior experiencia con un rapero acabó en una relación de maltrato). No me gustan los raperos, porque los que conozco van de "oh sí, canción denuncia, contra todo lo malo, contra la guerra, contra el machismo" y son todo lo contrario de lo que defienden. Violentos y unos mamarrachos que se creen gangsters de su barrio. Lo siento si hay algún lector aficionado a las prendas anchas y se siente aludido siendo lo contrario, pero comprenda usted que aunque sea un tópico inútil me trae malos recuerdos. En fin, que decidí dar una oportunidad -así soy yo, lerda total- aunque fuera para hablar con él. Porque tenía un pelo muy bonito. Ea.

Así de rizado lo tenía, sí. Pero en negro totalmente, como el ala de un cuervo. Y hasta la cintura. 

El caso es que dentro de mí, algo me decía que andara/anduviera con cuidado. Que mi amiga es un poco/bastante/muy conservadora -yo le debo parecer una bolchevique rusa liberal, pero nos toleramos- y que si su círculo se movía entre personas del PPmoderadas y fachas taimados, que no fuera a tocarme el nieto de Franco. Pero francamente, en aquellos momentos me daba igual. Él estaba muy callado, yo cohibida, pero nos reímos bastante porque también era bastante friki, como yo. Reconozco que estaba encantada pero a la vez avergonzada, porque ligar nunca se me ha dado bien y no quería tampoco renunciar a mi libertad tan rápido.

El caso es que empezamos a quedar a solas. Nos gustamos. A veces me daba rabia porque aparecía con camisetas de tirantes -sí, de garrulo de toda la vida- porque sudaba muy copiosamente, pero ni eso me importaba lo más mínimo. Me tenía coladita, la verdad. Tenía una forma de moverse muy muy sexy, y era cariñoso, amable, fuerte, muy besucón, respetuoso, me dejaba peinarle con los dedos ese pelo como crines de caballo que tenía (sí, lo digo en serio), y siempre se interesaba por mí. Me llamaba, me decía cosas bonitas, me encantaba su voz grave y las risas que nos echábamos siempre.

Le propuse ir despacio, conociéndonos, poquito a poco. Tenía mucho miedo a enamorarme de él demasiado rápido. Me parecía encantador, sin ser guapo me parecía el hombre más atractivo del planeta, y siempre me estaba diciendo lo rápido que se había enamorado de mí y lo feliz que estaba a mi lado. Me cogía de la mano y sonreía con orgullo cuando íbamos por la calle. A mí se me caía la baba. Cuando nos acostamos por primera vez, vi las estrellas y los fuegos artificiales. Era una bestia parda. No lo podía creer: joder, este tío es... es increíble, es perfecto. Me sentía plena, valorada, completa, amada. No cabía en mí de la felicidad. Hablaba de sexo, era súper abierto, hablábamos de todo con total confianza, no tenía tabúes ni sentía la menor vergüenza al pedirle lo que quería. Nos encantaba jugar. Creía que había encontrado a mi hombre ideal. Cada día estaba más y más enamorada, era una bestia parda de hombre. Mi bestia parda. Les hablaba de él a mis amigas con tal admiración, con tal fervor y con una sonrisa tan amplia en los labios, que me decían que despedía luz propia de la felicidad. Estaba encantada con la vida, con el amor y con el mundo de yuppie en el que había aterrizado.

No sé cómo cambió todo de repente. Creo que fue cuando, un mes después de empezar a quedar, dijimos de formalizar lo nuestro. De ser más que un lío. Ahí se torció todo.

Lo primero fue esa misma semana, cuando empezó a hablarme de su ex. Que su ex había querido viajar, que fíjate qué desvergonzada, quererse ir de viaje con unas amigas. Decía: "¿Qué pasa? Que yo le importaba una mierda, porque a mí como mi pareja me importa no voy a ningún sitio sin ella. No voy con mis amigos, ni voy de cena, ni voy de fiesta si no está. Porque eso es antinatural. Una chica tiene que estar con su novio. Y es así". Eso fue un bofetón en mi cara. Me quedé super callada y pensativa, no me gustó nada eso. Era horrible,  por regla de tres yo ya no podía ser libre. Me sentí atrapada solo con su razonamiento, sin que se hubiera dado oportunidad. Y él venga a hablar, a hablar, a maldecir contra las chicas que se atreven a salir con sus amigas una noche de cena, porque "son todas unas guarras que van a ligar y que los tíos las miran, y seguro que les ponen los cuernos a sus novios". Yo flipaba y defendía que eso no era ser mala novia, era tener un espacio propio. Así de inocente soy.

- Eso del espacio propio es una pollada -decía literalmente, todo enfadado, casi con un tono de voz violento-. Si estás con una persona, estás con esa persona. No con otras. Si prefieres estar con tus amigas antes que conmigo, me sentaría fatal. Y si te fueras con ellas, te dejaría. Como a mi ex.
- Pero mi vida, yo... yo he estado estudiando una carrera de cinco años. Mi viaje de fin de carrera será el año que viene, y es una de las ilusiones de mi vida. Llevo soñando con ese viaje años. Es una oportunidad irrepetible, nunca podré vivirlo si no es ahora ¿Cómo puede ser eso malo? Yo no te querría menos por irme unos días a celebrar que... 
- Conque esas tenemos, ¿no? ¿Y por qué coño quieres irte a la puta Riviera? Joder, ahí la gente va a follar. ¿Tú también vas a eso o qué? Porque si no, no entiendo para qué quieres ir- hablaba con tanta frialdad y con tanta ira que me dio miedo-.
- Pero... pero yo no iría a eso -la verdad es que estaba horrorizada con esa faceta que acababa de descubrirle, no sabía ni cómo reaccionar-. Sabes que viajar es mi gran ilusión, y solo quiero conocer nuevos lugares, y nuevas culturas, y bucear en el Caribe. Y descansar después de mi larga carrera. 
- Aprender se puede aprender con un libro. ¿Y bucear? ¿Para qué quieres tú bucear? ¿Esperas que me crea eso? No me chupo el dedo, ¿sabes?
- Pero...
- ¿Qué pasa? Es que no lo entiendo. No lo entiendo. No me quieres, ¿no? ¿Cómo que te puede hacer ilusión irte al quinto coño sin mí? Pues una cosa te digo. Como vayas, te dejo.

"Está enfermo de celos  e inseguridad", pensé yo. Y ahí hinché el pecho como una leona.
- No me gustan las amenazas- le solté yo, tan dura como jamás he sonado.
- Que no te estoy amenazando. Es una realidad. 


Soy muy consciente de que ahí debería haber huido. Pero estaba enamorada, muy enamorada. Aún así, ahí se murió una parte muy importante de la relación, se me partió el alma a trozos. Me estaba robando la libertad, haciéndome chantaje emocional, quedando como una víctima y, encima, diciendo que yo no le quería si me apartaba de él. Vamos, como si hubiese retrocedido en el tiempo a la Edad de Piedra. Lo veía.

La siguiente fue cuando un hombre me empezó a acosar por la calle y yo lo pasé francamente como el culo. El Alcántara, lejos de tranquilizarme, me metía más miedo con el fin de que no saliera de casa. Con el tiempo me reconoció que tenía miedo de que me fuera con él. ¿WTF? ¿CÓMO? Espera, acosan a tu novia, está muerta de miedo porque un hombre la persigue por la calle, posiblemente piensa abusar de mí, ¿y encima piensas esa mierda? ¿Como si yo tuviera la culpa? ¿Quién te crees que soy? ¿Qué te crees que es la vida?

Un día mi ex, el Señor Ameba, me habló por Facebook para no se qué de un videojuego. Se me ocurrió comentárselo porque mira, por hablar de algo... se puso como un animal furioso, lleno de ira. Que quería que lo borrara ahora mismo. Quería que lo eliminara de todas partes. "¡¡Ése te quiere follar!! Te quiere follar, ¡y tú lo animas!" gritaba por el teléfono. No pasé por el aro, eso faltaba... que fuera mi dueño para elegirme los amigos o los contactos de la mierda del Facebook. Hasta aquí hemos llegado, no te jode. No soy un perro. Y yo le contestaba entre lloriqueos idiotas (porque aunque soy segura de mí misma ODIO discutir con todas mis fuerzas, me recuerda cosas horribles, y lloro con nada) que solo era un amigo, que no iba a pasar nada, que no habíamos acabado mal y no tenía por qué eliminarlo de ningún sitio porque no era una amenaza. Me colgó el teléfono y estuvo un día entero sin hablarme.

Poco después empecé a entrever que no quería que yo trabajase. Cuando le dije que pensaba buscarme prácticas, él se ponía hecho una fiera. "Eso te quitará tiempo para estar conmigo". "Eso está muy lejos". "No nos vamos ni a ver". Yo hacía oídos sordos, pero poco a poco se me iba partiendo más y más el corazón. No podía dormir por las noches. Tenía miedo, porque veía que estaba volviendo a entrar en aquello que me juré que jamás me volvería a suceder, pero a su vez me decía a mí misma que no era para tanto. Que sabría manejar la situación. Cuando le conté que el año pasado había estado en una empresa de la que volvía a las 12 de la noche entre semana después de toda una dura tarde de trabajo, se puso como una moto a decirme que ni se me ocurriera volver. Que no, que no podría soportarlo. Un día cuando dije que "bueno, mi ilusión no es el periodismo, es ser escritora" casi armó una fiesta. Pude ver cómo se le encendían los ojos mientras decía:

- ¡SÍ, SÍ! Serías una escritora estupenda. Escribirías en casa tranquilita mientras yo voy a trabajar. 

Sin comentarios.




Si esto no fuera suficientemente fuerte, una noche tuvimos un pitote bestial. Ahí me sobrecogió todo lo que decía: empezó preguntándome si de verdad pensaba que "los negros" eran iguales que nosotros. A mí a esas alturas, y siendo amiga de Ele (que es muy racista), no me sorprendió. Con toda la calma del mundo, le dije que por supuesto. Que había estado en Cuba, me había relacionado con todo tipo de gente, y que eramos iguales, que teníamos los mismos derechos y capacidades. Que sabía de lo que hablaba, porque me había relacionado con toda clase de gente, y solo era cuestión de que él conociera a alguien extranjero para que dejara de verlo todo con ese prisma.

Entonces, dejó de hablarme. Así, sin más. Le hablé, le pregunté por qué me hacía el vacío, y me giraba la cara. No contestaba. Como un puto crío. Y tuvo la desfachatez de decirme tres cosas entonces:

  • Que si hubiera estado con un extranjero no me tocaría con un palo. Así vemos que a sus ojos yo no era más que una propiedad, algo que le pertenecía. No era un ser vivo ni tenía derecho a un pasado, era un pedazo de carne que podía haber sido mancillado por "un negro", "un sudaca" o "un rumano de mierda", según él. 
  • Que no le daba la gana hablarme porque había visto desprecio en mis ojos. Vamos, que veía putas visiones. Porque yo me dediqué a hablarle con todo el cariño del mundo, a expresarle mi opinión con dulzura. En ningún momento lo miré mal, por ser mi pareja, porque esas ideas no las consiento porque me parecen el colmo de la desfachatez y de la deshumanización.
  • Que era una niñata inmadura y una utópica de mierda.


¿PERDONA? 
A mí eso me superó. Vamos, que si me superó. Cogí, me levanté, y dejé de hablarle yo. Habíamos quedado con sus amigos a cenar, y salimos a la calle ignorándonos el uno al otro. De la furia que sentía me clavaba las uñas en las palmas de las manos. Y entonces lo adelanté. Él me siguió, todo ofendido. Yo jamás hablo mal, odio discutir, odio gritar, pero esa noche... ese día me sentí tan cabreada que le habría montado un pitote monumental en mitad de la calle.
- ¿Qué? Ahora no me hablas tú, ¿no?

Encima él era una víctima, pobrecito. Exploté. Exploté y le dije que no podíamos seguir así. Que esto no iba bien, que no podía más. Estaba harta de sus escenas de celos, que lloraba día sí, día no. Que eso no era una relación y que no era feliz. Que no tenía sentido nada, que estaba cansada. Y él erre que erre, que si yo no sabía debatir (¿wtf?), que si no íbamos mal, que sí que lo había mirado mal... y así hasta que se dio cuenta de que, o daba el brazo a torcer, o lo dejaba ahí mismo. Entonces sí cedió. Que lo sentía, que por favor no llorase más, pero que había visto desprecio en mis ojos y bla bla bla mierdas. Vamos, que le diera un abrazo y que se me pasara. Desde luego yo aún estaba muy afectada, y me costó varias horas tranquilizarme.

Pero ya llevaba muchas escenas de estas a cuestas, cosas que no estoy contando aquí porque no me acuerdo, o porque ya vale de echar mierda.

Días después tuvimos otra bronca monumental. Quedamos en el centro para hablar de nuestras cosas. Y salió de nuevo a relucir el tema de mi viaje. La conversación fue tan absurda y tan hiriente que volvió a hacer que los ojos se me empañaran. Ahí soltó su perla de "¿Para qué lloras, joder? No me vas a manipular llorando". Y yo ahí, tonta del ano, aguantando estas perlas.

Esa misma tarde tuvimos la siguiente conversación (aclarar que una de mis mayores ilusiones sería trabajar en un museo):

- Entonces, si en mi futura empresa hacen un cursillo antiestrés como los de mi padre... no podría ir, ¿no?
- Uy -soltó esas risas sarcásticas, ese bufido frío y sonriente como si hubiera dicho una gilipollez- como si tú en un museo fueras a ir muy estresada. 

Esa falta de respeto me hirió en lo más hondo. Me sentía despreciada. Me lo quedé mirando.
- ¿Qué te crees? Como si tu fueras a trabajar en la Nasa. 


En otros momentos me habría sentido super culpable de decir algo así, pero en esos momentos... pppf. Una mierda. Y más cuando empezó a hablar sobre que si algún día no le gustaba mi camiseta o si consideraba que llevaba demasiado escote, que me tendría que cambiar. Que eso era porque las mujeres éramos así de guarras que queríamos ir provocando. Toma ya.



Pues todo esto, en menos de mes y medio. Todo lo maravilloso que era las primeras semanas se fue por la alcantarilla, hasta llegar a ese punto fétido, rancio, maloliente. Me sentía como si caminara sobre hielo quebradizo cada vez que me hablaba. Como si fuera a explotar en cualquier momento. Tuvimos muchos problemas más: se atrevió a juzgar mi pasado, a herirme psicológicamente, a tratarme como si fuera una zorra que pudiera largarse con cualquiera, cuando sólo tenía ojos para él.

Tenía un gravísimo problema de autoestima, no confiaba en sí mismo, ni en los demás. En esa relación el pilar de la CONFIANZA estaba completamente roto, pero porque él no se fiaba de nadie. Vivía en un continuo tormento en el que se hacía daño a él mismo y me despedazaba a mí. Era horrible. Me sentía eternamente a prueba, como si fuera a estallar una bomba si respirara demasiado alto. El nivel de estrés y de presión que llegué a soportar era demasiado. Incluso un día, entre sollozos, me confesó que quizá tuviera que ir al psicólogo, que sería lo mejor, que le daba miedo actuar así... vamos, que tenía momentos de lucidez. Y yo aguantaba estoicamente, paciente...

Pero no pude más. Por los dioses que no iba a hacerlo. Estaba harta de sus desprecios, de sus palabras hirientes, de llorar cada noche y dormirme con un peso en el pecho que no me dejaba respirar. Tenía miedo de que se repitiera lo del Innombrable. No iba a dejar que alguien volviera a hacerme ese daño ni que me quedaran cicatrices. Ya no quería que me quisiera, ni lo quería a él.

Y lo dejé, le aguanté la última desfachatez que mi cuerpo podía soportar. Por muy bien que nos entendiéramos entre las sábanas, por mucho que él haya sido el único hombre que me haya hecho sentir mujer, con el que realmente congenié en la cama, me quiero demasiado como para perder mi libertad con alguien enfermo de inseguridad. Me llamó mil veces desde ese día, me mandó mil mensajes diciendo que se había equivocado, que se había dado cuenta, que podía cambiar. Por mí. Que le diera otra oportunidad.

Ja. Cuentos chinos a otras personas. La gente no cambia, solo se disfraza. Y cuando a vuelve a ser ella misma, emerge aún con más furia. Y es peligroso.


Pues nada, chico.
 Que la Fuerza te acompañe, porque yo no lo voy a hacer.

7 comentarios:

  1. Te entiendo perfectamente, he pasado por cosas parecidas en muchos aspectos. A mí no me pretendía impedir trabajar porque cuando nos conocimos yo era su jefa, pero sí que si salen un grupo de chicas juntas a cenar lo que van es a liarse con otros tíos y ponerles los cuernos a sus parejas y entre ellas se cubren; que donde vas con esa minifalda y ese escote, que lo que tú quieres es ir provocando y que te follen bien follada porque parece que vas pidiendo guerra y que en casa no te dan lo que necesitas; que si para qué te quieres ir de viaje sin mí (a él le daban pánico los aviones), las escenas de celos, si quedaba a comer con un amigo ya le estaba poniendo los cuernos, las acusaciones constantes de que tenía un amante, y otras mil mongoladas.

    Lo que pasa es que el mío necesitó varios años de gota a gota y el tuyo lo hizo en menos de dos meses. ¿Conoces el síndrome de la rana hervida? Cuando metes una rana en una cazuela con agua hirviendo, la rana salta y se libra, que es lo que te pasó a ti, sentiste el calor abrasador y pudiste librarte de él. Pero si metes una rana en una cazuela con agua fría y poco a poco vas aumentando la temperatura, poquito a poco, la rana ni se entera, y para cuando el agua ha alcanzado una temperatura alta, la rana está tan atontada que ya no puede escapar, que es lo que me pasó a mí.

    Aunque no lo parezca, tienes mucha suerte de que el Alcántara fuese tan gilipollas que no fuera capaz de disimular y colarte todas esas mierdas con sutileza, porque estas cosas poco a poco, subiendo gradualmente de nivel, son las que acaban en las noticias al cabo de unos cuantos años.

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  2. Como dice Griselda, tuviste suerte de poder verlo tan claro en tan poco tiempo. A mí me pasó algo parecido con mi primer novio formal, un chico que al principio era encantador pero que poco a poco empezó a ir transformándose en un monstruo inseguro y celoso. Me hizo la vida imposible durante un año, y fue más dificil y duro dejarle que tomar la decisión de hacerlo. Me amenazaba con suicidarse si me iba, me hacía chantajes emocionales de mil tipos e incluso hizo que su madre me llamase llorando, implorando perdón para su retoño.

    Ahora la que se ha transformado soy yo. Soy mucho más fría, más dura, me quiero mucho más a mí misma y no paso ni media. Supongo que a veces soy demasiado fría, pero al menos nunca más nadie volverá a hacerme sentir como me hizo sentir aquel cabrón.

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  3. Griselda: pppf no sabes cómo te entiendo. Eso que dices de la rana hervida es totalmente cierto y también me pasó en la adolescencia. Mi primer "novio" (me resisto ya a considerarlo así) fue gradual y sutil, me destrozó por dentro, me llenó de inseguridades y ,en definitiva, de mierda. Y tengo muchas cicatrices por dentro, palabras que no soporto oír, y cosas que no se me pueden hacer porque me recuerdan a ese cabronazo. Bueno, al menos cuando me levantó la mano empecé a ver las cosas como eran! Y realmente... no me arrepiento de nada de lo que pasó. Espabilé a ostias, pero espabilé...

    Este también me hacía eso. No podía ir con tíos porque se pensaba que estaba poniéndole tochos continuamente; Que "es que mi ex era una guarra porque le gustaba provocar" y yo ya pensaba "pobre ex"; escenas de celos terribles que me hacían sentir culpable por cosas que no hacía... vamos, una joya de la corona. Y menos mal que hizo eso desde el principio, porque si lo llega a hacer sutilmente como el otro, no sé si habría tenido el valor de dejarlo con lo que lo quería.


    La Rizos: yo ya empiezo a pensar que uno de los mayores desequilibrios de la persona es ser inseguro y no aceptarse a uno mismo, porque parece que piensan lo peor de los demás, unos pierden el norte y acaban como bestias enloquecidas. Y yo también me he transformado como tú. Hay veces que me da mucha lástima, sé que me he hecho dura y que mi corazón está endurecido... pero es que yo antes era TONTA de inocente que era.

    Sobre lo de madres que llaman llorando y amenazas de suicidio... jajaja ¡a mí también me ha pasado! No con este, pero con otro chico. Y sabe mal porque es muy doloroso dejar a una persona que ha sido importante, y esos numeritos patéticos no hacen más que incrementar la ansiedad y machacarte un poco... menos mal que somos bastante fuertes y nos dio igual, que si no ahí estábamos aún! xD

    Por cierto, somos tocayas! nos llamamos igual ;)

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  4. Menudos tipejos!

    Yo he tenido la suerte de ver venir a uno así con mucha antelación, hasta el punto de no llegar a conocerlo en persona, pero me estuvo acosando por teléfono, por internet, acosó a amistades mías, a familiares...tal era su obsesión conmigo. Y sí, su madre llamó disculpándose para que no lo denunciara, ya tenía otras órdenes de alejamiento y condenas por amenazas.

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  5. Ayayayayay Cactus me dejas patidifusa! jajajaja madre de dios. Yo me pregunto de dónde salen tantos raros. En serio. Que yo pensaba que era algo exclusivo, que tenía el don de atraer a todos los desequilibrados... pero veo que no es raro. Jopé, ¿en qué mundo vivimos? Me entra la risa. Joder, qué gente. ¡Se te echaba de menos! :)

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  6. Madre mía, menudo elemento! Pues me parece increíble que sea capaz de hacerse el encantador mientras está "consiguiéndote" y cuando ya se formaliza la cosa, y te sabe segura (o eso cree) que empiece a mostrarse como realmente es. Es que a mí no me saldría hacer eso, ¿cómo demonios se finje así? Jodidos enfermos, inmaduros, manipuladores. Me alegro de que te dieras cuenta pronto.

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  7. A mí tampoco me saldría, es que no podría. Y sí, es justo eso: hasta que te consigo soy un amor y cuando te tengo segura te intento destrozar por si se te ocurre buscar algo mejor. Es curioso, si no hubiera tenido estas actitudes no me hubiera largado y seguiría enamorada de él hasta el tuétano. Ains.

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